María de Hungría, la mujer a la que nombraron «rey» y no reina de su país
El fallecimiento de un monarca marcaba un momento delicado en los reinos medievales europeos. Al ejercer el poder de manera muy personal, la muerte de un rey suponía un período de incertidumbre sobre el futuro de su país que era mayor cuanta mayor fuese la personalidad y carisma del fallecido. En una época en la que los reyes dirigían a sus ejércitos en el campo de batalla, este período se convertía en un grave problema si no tenía sucesor o si este no había alcanzado todavía la mayoría de edad... o si era una mujer, a las que muchos no consideraban aptas para las exigencias del cargo, sobre todo en materia militar. En alguna entrada del blog hemos tratado de momentos así, como el que llevó a Francia a recuperar la Ley Sálica o el del acontecido en Aragón tras la muerte de Alfonso I el Batallador.
Es por ello que no debe extrañar lo ocurrido en Hungría tras el fallecimiento en 1382 y sin descendencia masculina de Luis I, que había gobernado el país durante un prolongado y fructífero reinado de cuarenta años, tan exitoso que el sobrenombre con el que ha pasado a la historia es el de Luis el Grande. No es objeto de esta entrada narrar en detalle el reinado de Luis I. Baste decir que llegó a invadir con éxito el reino de Nápoles para vengar la muerte de su hermano Andrés y ejecutar a su asesino, prologando su estancia durante seis años; que en 1370, cuando su tío el rey de Polonia Casimiro III falleció, los nobles y prelados polacos declararon nulo su testamento en favor del nieto de Casimiro y solicitaron a Luis que aceptara ser rey de Polonia (lo que hizo con ciertas reticencias y aunque los doce años en los que gobernó el país se ganó la enemistad de buena parte de los polacos); que se enfrentó con éxito a los enemigos de Hungría como Venecia, Lituania o las tribus tártaras; que reformó el sistema de justicia húngaro y reguló los derechos de sus súbditos en la Dieta o que modernizó el ejército con un sistema regular de obligaciones militares y convirtió a la armada húngara en una de las mejores de Europa.
No es de extrañar por ello que su muerte el 10 de septiembre de 1382 sumiese en el duelo a sus súbditos, tanto por lo exitoso de su reinado como por la incertidumbre sucesoria que se planteaba, pues no dejaba descendiente varón, solo una hija de diez años, de nombre María. Los polacos inicialmente juraron fidelidad a María, pero rápidamente decidieron que no fuera su soberana y eligieron en su lugar a una nieta de Casimiro III. En Hungría el problema no era tanto que se aceptase a un descendiente de Luis el Grande sino que este fuese una mujer, algo sin precedentes en un país de fuerte tradición militar. Aceptaron a María por respeto a su padre; pero, en un intento de marcar la excepcionalidad de la situación, insistieron en algo que ahora nos parecería un poco absurdo e incluso ridículo y que es lo que me llamó la atención al conocer la historia y me decidió a escribir sobre ella: que asumiera el título de rey y no el de reina y que todos sus documentos fueran sancionados con la firma María Rex y no como María Regina. Se acordó también su casamiento con Segismundo, rey de Bohemia.
Aun así, las primeras medidas de gobierno de María, asesorada por su madre Isabel y por el conde Gasa, provocaron la indignación de un grupo de nobles, que ofreció el trono al rey de Nápoles Carlos el Pequeño. Este llegó a Hungría y fue coronado por los conspiradores, pero una maniobra de los leales a María, liderados por un noble de nombre Forgatz organizó un golpe de mano en la residencia real, donde Forgatz asesinó a Carlos y abrió las puertas de palacio a la muchedumbre, que aclamó a María como su reina.
Esto no supuso el fin de los problemas para María. Durante un viaje por el sur de Hungría, uno de los seguidores de Carlos el Pequeño, de nombre John Horvat organizó un pequeño ejército y asaltó a la comitiva real. Gasa y Forgatz fueron ejecutados, como lo fue también Isabel, la madre de la reina. En cuanto a María, fue encerrada en un castillo.
En ese momento entró en juego el prometido de María, Segismundo, que con una importante fuerza militar se dispuso a liberar a su novia. Horvat, fuese por temor a su suerte o por lástima por la joven cautiva, liberó a María a cambio de la promesa de que no tomaría venganza sobre él o sobre los suyos. Obtenido el juramento, envió a la joven reina a Buda con una fuerte escolta.
Una vez en la capital, María se reunió con Segismundo. A pesar de la promesa dada, consiguió convencer a este de que apresara a John Horvat, al que se reservó una larga y cruel tortura a lo largo del camino hacia Buda, donde fue descuartizado por orden de María.
En 1386, consumada su venganza, María celebró su boda con Segismundo e iniciaron un reinado conjunto plagado de dificultades... pero esa es otra historia.Fuente| Edwin Lawrence Godkin: The history of Hungary and the Magyars.
Imagen| Wikimedia Commons
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