Las otras invasiones de Inglaterra (I)


El fracaso de los intentos de conquistar Inglaterra (como el de la Armada Invencible o la batalla de Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial) ha contribuido al mito de que la insularidad británica constituye una defensa infranqueable para los ejércitos enemigos desde la invasión normanda de Guillermo el Conquistador en 1066, última vez en que una fuerza extranjera tuvo éxito en la conquista de Inglaterra. Sin embargo, durante los siglos XIV y XV hasta en cuatro ocasiones se produjeron desembarcos desde el continente que buscaban y lograron deponer al ocupante del trono inglés, si bien es cierto que en algún caso contaron con ayuda interna. Y una quinta invasión (en el siglo XIII) dominó buena parte del país y se instaló en Londres aunque finalmente fracasó. Esta es la historia de «las otras invasiones de Inglaterra».
I.- 1216-1217: Juan sin Tierra y Enrique III contra el delfín Luis de Francia.
En 1216 la situación en Inglaterra era de guerra civil entre el impopular rey Juan sin Tierra y los principales señores del reino (tanto nobles como prelados). Las muchas decepciones que más de quince años de reinado del hermano de Ricardo Corazón de León habían provocado (pérdida de las posesiones de los Plantagenet en Francia, problemas con el papado, brutales e injustas recaudaciones de impuestos, excesos en la justicia real, crueles asesinatos de sus adversarios políticos como Arturo de Bretaña o la familia de Braose...) estallaron tras la dura derrota de una coalición anglo-flamenco-imperial contra Felipe de Francia en la batalla de Bouvines, el 27 de julio de 1214.
Juan sin Tierra (que no estaba presente en Bouvines, pues fue retenido en La Rochellle por el ejército del delfín Luis) regresó a una Inglaterra indignada con la situación en que había dejado al país. Pero no contento con ello, el rey se atrevió a exigir un elevado y arbitrario tributo (uno más) a los nobles que no le habían acompañado a la aventura francesa. De los aproximadamente doscientos grandes señores del reino, unos cuarenta eran abiertamente hostiles al rey y un número similar le eran fieles; el resto estaba en la tradicional posición de «no sabe/ no contesta». La cuestión para los rebeldes era cómo establecer los límites del hasta entonces absoluto poder real. Juan y los nobles desafectos se reunieron por primera vez en Londres en enero de 1215. Allí el rey se limitó a manifestar que pondría el asunto en manos de su nuevo señor feudal, el papa, y escribió a Roma.
A mediados de junio los rebeldes remitieron al rey un documento conocido como «Los Artículos de los Barones» conteniendo sus reclamaciones plasmadas en cuarenta y nueve puntos. Las discusiones parecían ir para largo cuando, el 15 de junio, el rey apareció en el escenario de la negociación y puso su sello en el documento.
Así las cosas, los rebeldes tomaron la decisión de dar por bueno el mismo y el 19 de junio de 1215 tuvo lugar una ceremonia en Runnymede en la que los barones desafectos volvieron a jurar obediencia a Juan Sin Tierra. El rey, los rebeldes y otros notables del reino juraron respetar las disposiciones contenidas en el acuerdo, al que se denominó Magna Carta Libertatum, traducida al inglés medieval como Magna Carta que a lo largo de los siglos fue la referencia constante para las principales normas inglesas y terminó llegando a sus colonias americanas y siendo una de las fuentes inspiradoras de la Constitución de los Estados Unidos.

[caption id="attachment_9570" align="alignleft" width="300"]9CA1F8CC-2D93-4C82-9A41-331D50BDCAE2Magna Carta (catedral de Salisbury)[/caption]
Pero desde el mismo momento en que puso su sello en Magna Carta, Juan sin Tierra hizo todo lo posible para anular sus efectos y contó para ello con el apoyo del papa Inocencio III que denunció el documento como nulo y excomulgó a sus impulsores.
Los principales bastiones de los nobles rebeldes eran el formidable castillo de Rochester y la ciudad de Londres. Los insurrectos habían llamado al heredero al trono francés, Luis, para ofrecerle la corona de Inglaterra (su esposa Blanca de Castilla era nieta de Enrique II y de Leonor de Aquitania, por lo que podía esgrimir cierto derecho al trono).
En octubre de 1215 Juan se había hecho cargo personalmente del asedio a la fortaleza de Rochester, que concluyó el 25 de noviembre. Durante el asedio de Rochester, dos de los cabecillas de la rebelión viajaron a Francia para tratar de convencer al delfín Luis de acelerar los preparativos para la invasión de Inglaterra. Como los mismos se alargaban, Luis envió una avanzada de ciento cuarenta caballeros que lo nada podían hacer por Rochester y se dirigieron directamente a Londres.
A principios de enero de 1216 una flota de cuarenta y un barcos repletos de soldados franceses desembarcó en Inglaterra. Pero Luis pospuso su desembarco a Inglaterra hasta después de Semana Santa. Mientras, un acercamiento de Juan sin Tierra a Londres el 31 de marzo fue contundentemente rechazado por las fuerzas rebeldes. Previendo la invasión desde Francia, el rey inglés puso sus esperanzas en enfrentar a los invasores no en tierra sino en el Canal de la Mancha, atacándoles antes de que lograran desembarcar. Envió cartas a más de veinte ciudades costeras reclamando que le enviaran todos los barcos de los que dispusieran, tripulados por sus mejores marinos. La flota se reunió primero en Folkestone y después en Dover y se dispuso a esperar a los franceses.
Pero el 18 de mayo de 1216 una fortísima tormenta se desencadenó sobre el canal y destrozó la mayor parte de los barcos reunidos por Juan sin Tierra, haciendo que chocaran unos contra otros. Los bajeles que no se hundieron terminaron desperdigados por toda la costa sur inglesa, desbaratando cualquier posibilidad de enfrentar una invasión en el mar.
Luis se dio cuenta rápidamente y decidió que era su momento. Su precipitación hizo que su flota casi cayera víctima de la misma tormenta; de hecho llegó a perder algunos barcos. Pero el 21 de mayo desembarcó en Stonar (cerca de Sandwich) con una parte de sus fuerzas. Juan sin Tierra tuvo noticias del desembarco, pero cometió el error de no acudir inmediatamente al lugar (esperaba la llegada de un legado papal con noticias de su embajada) y cuando llegó a Sandwich al día siguiente se encontró con que el resto de la flota francesa se había unido al delfín.
La intención inicial de Juan fue combatir allí mismo y atacar a los franceses en las playas de Sandwich. Pero cambió de opinión cuando alguno de sus acompañantes puso en duda la lealtad de los mercenarios que componían buena parte de su ejército y se retiró a Dover.
Esto permitió a los franceses, que sumaban alrededor de mil doscientos caballeros, asegurar las cabezas de playa y avanzar hacia Canterbury. El 31 de mayo retomaron el castillo de Rochester y el 2 de junio hicieron su entrada en Londres. Y durante el mes de junio, mientras trataba infructuosamente de capturar a Juan sin Tierra, Luis fue capturando castillo tras castillo y ciudad tras ciudad (algunas tan significativas como Winchester)
[caption id="attachment_9569" align="alignnone" width="2592"]6E25E332-EDA6-48BA-B296-AC0F424AE0A8Estancia del castillo de Newark on Trent en la que falleció Juan sin Tierra[/caption]
Solo tres grandes fortalezas permanecieron fieles al rey: Windsor, Dover y Lincoln. Juan sin Tierra falleció sin que la rebelión llegara a una conclusión el 19 de octubre de 1216. Heredó la corona su hijo Enrique III que solo tenía nueve años cuando accedió al trono. La situación no podía ser más desesperada, con el país en guerra civil y un pretendiente francés instalado en Londres. Pero el joven rey llegó bajo la sombra protectora de un hombre de enorme ascendente para toda la nobleza del país: William Marshal (había servido a Enrique II y a sus hijos Enrique el Joven, Ricardo Corazón de León y Juan sin Tierra). Su biografía, redactada en cierto tono hagiográfico, cita a Marshal en tan solemne momento: «Si todo el mundo abandona al chico menos yo, ¿sabéis qué haré? Lo cargaré sobre mis hombros e iré con él de isla en isla y de condado en condado, aunque tenga que rebuscar para conseguir mi ración diaria de pan».
Así, Marshal se dispuso a asentar la corona en la cabeza del rey niño y para ello lo primero que hizo fue dirigirse a uno de los principales castillos del país, que se encontraba bajo el asedio de las fuerzas combinadas de los rebeldes y del ejército del pretendiente francés. Este castillo no era otro que el de Lincoln y la encargada de su defensa era la formidable mujer Nicholaa de la Haye que no solo había negado a entregar la fortaleza a los atacantes, sino que había hecho saber que recibiría en el castillo a todos los ingleses leales a Enrique III. Esa proclama había levantado la moral de los que se oponían al pretendiente francés, por lo que este había enviado buena parte de sus fuerzas con instrucciones claras de tomar el castillo. Si no recibía refuerzos, era cuestión de tiempo que Lincoln cayera a pesar de la heroica defensa de su castellana.
Sin embargo, a sus casi setenta años, William Marshal despegó una tremenda energía para liberar a Inglaterra del príncipe galo y de los barones que le habían llamado. El 20 de mayo de 1217 lideró personalmente una carga de la caballería inglesa contra el ejército francés que asediaba Lincoln junto con sus aliados rebeldes. Dicha acción fue apoyada por una contundente descarga de flechas desde las almenas del castillo ordenada por Nicholaa de la Haye. La victoria de Marshal y Nicholaa fue total y el enemigo huyó en desbandada, mientras que los barones desafectos fueron capturados.
Posteriormente, en agosto, el ejército leal a Enrique III consiguió otra resonante victoria contra los franceses, esta vez en el mar, en Sandwich, contra una flota de 80 barcos que zarpó desde Calais y que había sido reunida por la esposa del príncipe, Blanca de Castilla. El príncipe Luis se dio cuenta de que sus opciones de ceñir la corona inglesa podían darse por perdidas y regresó humillado a Francia, reconociendo después a Enrique como rey de Inglaterra en el tratado de Kingston.
Artículo publicado originalmente en el Número 13 de la revista Descubrir la Historia.
Imágenes| Archivo del autor.
Fuente| Daniel Fernández de Lis: Los Plantagenet

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