¿Estuvo el servicio secreto británico implicado en el asesinato de Rasputín?







Una de las figuras históricas más misteriosas y fascinantes de los últimos años de reinado de la dinastía rusa de los Romanov es sin duda la de Grigor Yefimovich Novikh, Rasputín. No es objeto de esta entrada tratar en detalle su biografía, baste apuntar que este monje sin formación alguna y de origen campesino, se fue abriendo paso en la Rusia de la época hasta llegar al círculo íntimo de la zarina Alejandra, por sus supuestos poderes curativos que atrajeron la atención de la esposa del zar por la hemofilia que padecía el zarevich Alexis, que se puso en manos de Rasputín. Poco a poco la influencia del Monje Loco sobre la familia real pasó del campo espiritual al político y llegó a influir en decisiones tales como la elección del presidente del Consejo Stürmer.

El dominio que Rasputín ejercía sobre el zar y sobre el país le granjeó la enemistad de buena parte de los círculos de la nobleza y del poder político ruso. Además, siempre estuvo rodeado de acusaciones de charlatán, de utilizar poderes mentales para tener dominada a la famila real, además de llevar una escandalosa vida sexual. Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, la situación en Rusia se convirtió en insostenible y muchos rumores acusaban a Rasputín de ser un agente alemán (la zarina era de origen germano) y de ser el causante de todos los males del país. Todo ello terminó provocando que fuera asesinado en un episodio que con el tiempo se ha rodeado de matices estrambóticos y casi sobrehumanos.

La madrugada del 30 de diciembre de 1916, el cuerpo de Rasputín fue descargado de un automóvil y arrojado a las heladas aguas del río Neva, en Petrogrado (San Petersburgo). Tres hombres se encargaron de la tarea; eran el príncipe Yusupov, el gran duque Dimitri y el diputado Purishkiévich. Dos días después, el cadáver de Rasputín fue rescatado del río.


No era esta la primera vez que se atentaba contra la vida del místico, que había escapado a dos intentos previos de asesinato, lo que había generado en torno a él un aura de inmortalidad. El propio príncipe Yusupov, en cuya casa se llevó a cabo el asesinato, contribuyó a alimentar esta leyenda cuando años después adornó la narración del mismo con detalles fantásticos que no hacían sino resaltar sus méritos al haber podido terminar con la vida de un hombre con superpoderes. Según Yusupov, ni el cianuro ni varios disparos ni repetidos golpes consiguieron terminar con la vida de Rasputín, al que fue necesario perseguir a tiros hasta terminar ahogándolo en el río Neva. La realidad debió ser bastante menos fantástica, pues por ejemplo la autopsia declaró que el cadáver no tenía síntomas de ahogamiento y que Rasputín ya estaba muerto cuando fue arrojado al río.

Más allá de los detalles escabrosos y fantásticos sobre cómo se llevó a cabo el asesinato, desde los primeros momentos se extendió el rumor de que en el mismo se había visto implicado un miembro de los servicios secretos británicos. Hay que recordar que por entonces Rusia y Gran Bretaña se encontraban en guerra con Alemania. Se acusaba a Rasputín de ser un agente alemán y se había corrido la especie de que intentaba convencer al zar de que firmara unilateralmente la paz con los germanos.

Un telegrama enviado por agentes alemanes en Estocolmo comunicaba a Berlín que, según fuentes de toda solvencia, un joven inglés se encontraba en casa de Yusupov la noche del asesinato. El rey de Bulgaria fue informado de que ese mismo inglés se encontraba en el coche desde el que se lanzó el cadáver del místico al río. Y en fechas previas a la muerte de Rasputín habían llegado rumores a la zarina sobre la intención de los británicos de matar al monje. Días después del asesinato, el periódico Mundo Ruso publicó un artículo titulado La historia de los detectives ingleses en el que se afirmaba que Rasputín había contratado a agentes de Scotland Yard para que colaborasen en su protección con la Okhrana (policía secreta zarista), que esos agentes habían sido sobornados por Yusupov y que permanecieron fuera del palacio del príncipe durante el asesinato.

Samuel Hoare, responsable entonces de la sección rusa de los servicios secretos británicos y posteriormente embajador en Madrid durante la Segunda Guerra Mundial, envió un telegrama a Mansfield Cummings, jefe del MI1(c) (precursor del MI6), preguntando si era cierta esta noticia y, si lo era, la lista de nombres de estos agentes de Scotland Yard. No se le envió ninguna lista, porque ningún miembro de Scotland Yard se encontraba trabajando en Rusia en ese momento.
Eso no significa que no hubiera agentes británicos trabajando en la Rusia zarista. De uno de ellos, el as de espías Sidney Reilly, ya hemos hablado en el blog. Cuando el embajador británico en Rusia, Sir George Buchanan, visitó al zar para desmentir cualquier implicación de su país en el asesinato, Nicolás II le preguntó por un hombre en concreto: Oswald Rayner. Rayner había sido compañero del príncipe Yusupov en Oxford y la amistad entre ambos se había mantenido hasta ese mismo momento, ya que se encontraba en Petrogrado trabajando en la legación británica, según Buchanan «temporalmente». Buchanan informó al rey Jorge V que Rayner había afirmado categóricamente que Yusupov no le había informado en ningún momento del complot y que no había participado en el mismo. Buchanan también informó al rey Jorge que el zar había quedado satisfecho con sus explicaciones y que le había dado calurosamente las gracias.

Oswald Rayner había llegado a Petrogrado en noviembre de 1915 y retomado el contacto con su amigo Yusupov. Aunque en ese momento trabajaba para la inteligencia británica, en una lista de los agentes de la misma operativos en Rusia fechada el 11 de diciembre de 1916 no figura su nombre. En las memorias de Yusupov, este señala que había informado del complot a Rayner y que Purishkiévich había hecho lo mismo con Hoare. Que conocieran el plan no significa que los británicos intervinieran activamente en el mismo o que Rayner fuera uno de los asesinos del místico.
Más comprometedora es una carta del capitán Stephen Alley, miembro de la inteligencia británica en Petrogrado al también oficial de los servicios secretos capitán Scale, según la cual: «aunque las cosas no han ido del todo según lo planeado, nuestro objetivo ha sido claramente alcanzado. La reacción a la muerte de las “Fuerzas Oscuras” ha sido bien recibidas, aunque han surgido algunas preguntas incómodas sobre una mayor implicación. Rayner está atando los cabos sueltos y seguro que te informará cuando vuelvas».

Si la carta es auténtica sugiere una intervención británica en el planeamiento del asesinato, pero no prueba de una intervención directa en la ejecución del mismo. Para resolver esa cuestión, recientes estudios han determinado que una de los orificios en el cuerpo de Rasputín corresponde a un revólver Webley, reglamentario para los oficiales ingleses durante la Primera Guerra Mundial. Pero el autor del artículo que sirve de fuente a esta entrada, Elinor Evans, afirma haber encontrado pruebas de la compra de un revólver Webley por un oficial ruso en 1916, lo que significa que estaban en circulación en el país en esa época, por lo que no se trata de una evidencia concluyente.

Se da la circunstancia de que no era la primera vez que los británicos eran acusados de participar en un magnicidio en Rusia para influir en su favor en las decisiones políticas del país en período de guerra. Ya se insinuó lo mismo cuando el zar Pablo I fue asesinado en 1801... pero esa es otra historia.

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