El infante Alfonso de Aragón (1222-1260) y la herencia de Jaime I el Conquistador



El nombre del rey aragonés Jaime I se asocia al período de mayor apogeo de la recuperación de territorios peninsulares de la dominacióm musulmana por parte de los reinos cristianos. Su largo reinado (1213-1276) coincidió con el de otro gran monarca, Fernando III el Santo (que unificó los reinos de Castilla y León).  En este período se produjo la incorporación al reino aragonés de los reinos de Mallorca y Valencia, mientras que por la parte castellano-leonesa se recuperaban plazas tan importantes como Sevilla y Córdoba; además ambos reinos colaboraban en la reconquista de Murcia, que se incorporó a Castilla.

Los inicios del reinado de Jaime I no habían sido fáciles. Fruto indeseado de la unión de su padre Pedro II con María de Montpellier, que el aragonés solo aceptó por motivos políticos (cuenta la leyenda que María tuvo que atraer a su esposo hasta el lecho con un engaño), el pequeño Jaime quedó pronto en manos del caudillo de la cruzada contra los cátaros, Simon de Montfort, tras una conferencia celebrada en Narbona en 1211 . Y el infante solo tenía cinco años de edad cuando la corona pasó a su cabeza tras la muerte de su padre en la batalla de Muret (1213).

No es objeto de esta entrada narrar el reinado de Jaime I. Baste decir que no solo logró salir adelante, sino que con el transcurrir de los años fue añadiendo a su herencia del reino de Aragón y de los condados catalanes, los ya comentados reinos de Valencia y Mallorca. Además, durante su gobierno el interés de Aragón dejó de poner el foco en el sur de Francia (tras la ya citada batalla de Muret) y empezó a hacerlo en el Mediterráneo. Esta expansión territorial hizo que con el tiempo se planteara la cuestión de su sucesión. Y no era ni mucho menos un asunto fácil de resolver.

Jaime I casó en primeras nupcias con Leonor de Castilla, hija de Alfonso VIII y de Leonor Plantagenet. El matrimonio fue un rotundo fracaso y terminó anulándose con la consabida excusa de la consanguinidad, no antes de que de la unión naciera nuestro protagonista, el infante Alfonso. Jaime I tuvo diversas amantes. La más conocida, al punto de firmar un contrato de concubinato oficial, fue Aurembiaix de Urgel; en virtud de lo establecido en dicho documento, el condado de Urgel pasó a formar parte de la Corona de Aragón cuando ella murió sin descendencia en 1231. El rey aragonés volvería a casarse en segundas nupcias con Violante de Hungría, que le daría como hijos al futuro Pedro III de Aragón, a Violante, que sería reina de Castilla, y a Jaime II de Malloca, entre otros.

Como decía, en 1227 Jaime I pidió y obtuvo el divorcio de Leonor de Castilla, aunque el hijo de ambos, el infante Alfonso, fue reconocido como legítimo y jurado en Daroca como heredero de la Corona.  En septiembre de 1234, en una reunión en el monasterio de Huerta (al que Leonor se había retirado tras el divorcio junto con Alfonso) y en presencia de Fernando III, Jaime ratificó la cesión de todas las villas y derechos que le había entregado como arras matrimoniales, añadiendo Ariza a cambio de que ella no contrajese nuevo matrimonio y garantizando su derecho a elegir residencia y a que Alfonso la acompañara mientras fuera menor de edad.


Jaime I se volvió a casar el 8 de septiembre de 1235 con Violante de Hungría. Como parte de la dote, le cedió en diciembre de ese año la ciudad y el señorío de Montpellier y para sus futuros hijos, el reino de Mallorca, las conquistas ya realizadas y futuras en el reino de Valencia y los condados de Rosellón y Millau. Posteriormente se añadiría el condado de Cerdeña y algunas villas más.

Un hecho destacable se produjo en Teruel en mayo de 1236: un destacado caudillo musulmán se convirtió al cristianismo y se reconoció vasallo de Jaime I y de sus hijos. El rey hizo anotar a su secretario que ese “sus hijos” se refería exclusivamente a los habidos con Violante de Hungría, sin mencionar al infante Alfonso. No sería la única ocasión en que actos y documentos de vasallaje se omitiese al primogénito del rey.

En los años siguientes Jaime I otorgó diferentes testamentos en los que se se vieron plasmadas las diferencias entre los territorios que componían la corona aragonesa y la falta de conciencia de un sentimiento de unidad entre los mismos (las cortes de Aragón y Cataluña empezaron a reunirse por separado desde 1244, cuando las de Barcelona decidieron que el Cinca fuese el límite entre ambos territorios). El primer testamento del monarca (1241) contemplaba la cesión de Aragón y Cataluña a favor del infante Alfonso y de Mallorca, Valencia, Montpellier, Rosellón y Cerdaña a favor de su segundo hijo, Pedro. Los posteriores nacimientos de hijos de su matrimonio con Violante ocasionaron diversas variaciones en sus disposiciones testamentarias.

En 1248 Jaime I otorgó un nuevo testamento, en el que se plasmaban las siguientes disposiciones hereditarias: Alfonso recibiría el antiguo reino de Aragón, excepto Ribagorza, que quedaría integrada en el principado de Cataluña, que sería para Pedro, junto con Mallorca; el reino de Valencia sería para el infante Jaime y las posesiones ultrapirenaicas para su otro hijo, Fernando.

Por su parte, la reunión de las cortes de Alcañiz celebrada en 1250 acordó que los reinos de Aragón y Valencia se considerasen inseparables y se confiasen al infante Alfonso, y que el principado de Cataluña lo fuese a Pedro.

Es difícil saber como hubiesen podido evolucionar los acontecimientos en los siguientes años, sobre todo teniendo en cuenta que se produjeron diferencias entre el rey y el infante Alfonso que motivaron que este se exiliara a Castilla en 1250. El escudo de armas de Alfonso que encabeza esta entrada es una declaración de intenciones sobre los sentimientos que albergaba el infante, hijo de un rey aragonés y de una princesa castellana.

En todo caso, nunca sabremos que hubiera sucedido si el infante Alfonso hubiera sucedido a Jaime I el Conquistador, ya que nuestro protagonista murió antes que su padre, en el año 1260. Se encuentra enterrado en el Monasterio de Veruela. En cuanto a Jaime I, que sobrevivió a su primogénito en dieciseis años, tuvo tiempo para replantearse sus disposiciones testamentarias... pero esa es otra historia.

Imagen| Wikimedia commons

Fuentes| Adela Rubio Calatayud. Breve historia de los reyes de Aragón

Vicente Ángel Álvarez Palenzuela (Coordinador). Historia de España de la Edad Media

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