La sucesión de Alfonso VII de Castilla y León


Alfonso VII había subido al trono castellano-leonés en 1126, a la muerte de su madre doña Urraca. Los primeros años de su reinado estuvieron marcados por las luchas con el antiguo esposo de su madre, el rey de Aragón Alfonso I el Batallador. Parte de la contienda entre ambos monarcas implicaba la disputa por el título (honorífico más que real) de Imperator Totius Hispaniae, que pretendía denotar una simbólica condición de heredero de la vieja monarquía visigoda. El aragonés utilizó este título hasta su muerte en 1134 y el castellano se hizo coronar emperador en León el 26 de marzo de 1135.
De los extensos territorios gobernados por Alfonso VII, él se reservó el gobierno directo del reino de León, mientras que delegaba el del resto de sus posesiones sin poner trabas a que quienes le representaban en las mismas ostentasen el título de rey, siempre y cuando le rindieran vasallaje. Así lo hizo con su primo Alfonso Henriques en Portugal en 1143, con su hija natural Urraca en Asturias en 1150 o con sus hijos y herederos Sancho y Fernando, que ya en 1148 aparecen en Sahagún citados como reyes, aunque sin asignación de territorio. Todos ellos, eso sí, bajo la dependencia y autoridad del emperador Alfonso VII.
A partir de 1149 Sancho ejerce como rey de Nájera y se le fueron concediendo tierras en La Rioja, Soria, Castilla, Valladolid, Carrión y Saldaña. Su hermano Fernando figura también en esa época como rey de Galicia. Esto demuestra que Alfonso VII tenía pensado ya desde entonces dividir su reino entre sus dos hijos. Y esta decisión se hizo efectiva cuando el emperador falleció el 21 de julio de 1157. En palabras de Lucas de Tuy «a Sancho le dio la belicosa Castilla, a Fernando la fiel León y Galicia».
La herencia de Sancho III incluía toda Castilla, con Ávila, Segovia, la Trasierra, la Tierra de Campos hasta Sahagún, las Asturias de Santillana y el reino de Toledo. La de Fernando, León, Galicia, Portugal, Toro y Zamora, así como la Asturias gobernada por su hermana Urraca. La frontera entre ambos reinos, según Rodrigo Jiménez de Rada «estaba formada por la Calzada de la Plata, que era  llamada también de Guinea».
La inclusión de Toledo en la herencia de Sancho implicaba el reconocimiento de la preeminencia del reino castellano (muy ampliado en sus posesiones respecto del original condado de Castilla de Fernán González) frente al de León, tanto en lo político como en lo militar (especialmente en la expansión territorial en las tierras bajo dominio árabe). Y la división de ambos reinos significaba la renuncia al sueño imperial que Alfonso VII había perseguido durante buena parte de su vida.
Casi un año después del fallecimiento de su padre, en 1158 Sancho III había realizado un acercamiento a su hermano Fernando II de León, que se plasmó en el tratado de Sahagún, por el que ambos se reconocieron mutuamente como herederos en el supuesto de fallecer sin descendencia. También acordaron devolver al redil al rebelde reino de Portugal y repartirse el mismo y definieron las respectivas áreas de conquista de los dominios musulmanes.
Pero la pujanza del nuevo reino castellano se vio seriamente amenazada cuando solo un año después que su padre, el 31 de julio de 1158, falleció Sancho III. Su esposa, Blanca de Navarra, había muerto en 1156, y del matrimonio solo vivía un hijo, de apenas dos años y medio de edad. El infante Alfonso VIII heredó el trono de su padre, pero la situación no podía ser más compleja. En su lecho de muerte, Sancho III designó como tutor de su hijo a don Gutierre Fernández de Castro para que se encargase de la regencia de Castilla y la educación del rey hasta su mayoría de edad al cumplir los quince años. También dejó previsto que hasta ese momento los principales señores del reino mantuviesen intactas sus posesiones, tratando así de garantizar su apoyo al nuevo rey.
Poco después don Gutierre, que pertenecía a la importante familia castellana de los Castro,  cedió la regencia del reino y la custodia del rey al cabeza de la poderosísima casa de los Lara, don Manrique, a cambio de la promesa de que ambas le serían devueltas si lo solicitaba. Don Manrique ejerció personalmente la regencia y cedió la custodia del rey a su hermanastro don García de Aza.
En 1160, ante el que consideraba abusivo gobierno de los Lara, don Gutierre reclamó que le fueran devueltas la custodia del niño rey y la regencia de Castilla, pero los Lara se negaron y don Manrique se hizo de manera directa con la custodia de Alfonso VIII. Esto produjo un enfrentamiento entre las familias Lara y Castro y mientras los primeros consolidaban su dominio de Castilla, los segundos solicitaron ayuda al rey de León y tío del niño, Fernando II.
En el año 1162 la ciudad de Salamanca se había sublevado contra Fernando II y los salmantinos encontraron el apoyo de las milicias de Ávila, que dependía de Manrique de Lara. El rey leonés se enfrentó a ambas fuerzas y las derroto en la batalla de Valmuza en junio de 1162. A continuación entró en Castilla junto con dos miembros de la familia Castro (Fernando y Álvaro) y tomó diversas plazas, entre ellas Segovia y Toledo. Manrique de Lara se retiró a Soria con Alfonso VIII.
La situación política y económica de Manrique había empeorado notablemente con las conquistas de Fernando II y no le quedó más remedio que ceder a las pretensiones del rey leonés, que obtuvo la tutela de Alfonso VIII hasta su mayoría de edad, aunque el niño permaneció en Soria, aún bajo la custodia de Manrique de Lara. Fernando II viajó a la ciudad soriana exigiendo que el rey castellano le jurara vasallaje, pero los Lara organizaron la huida del niño hacia San Esteban de Gormaz y desde allí a Atienza, donde Nuño de Lara anunció que se negaba a entregar al rey a Fernando II y a cumplir lo acordado con él. El leonés acusó de perjuro y retó a Manrique, pero este contestó que su principal deber era asegurar la independencia del rey de Castilla. Fernando II regresó brevemente a León, pero no se olvidó del problema castellano y mantuvo su dominio en parte del territorio de Castilla a través de Fernando de Castro.
Manrique de Lara se dispuso a librar de la influencia del leonés a Castilla y se dirigió a atacar en primer lugar la localidad de Huete. Pero allí acudió Fernando de Castro y sus tropas derrotaron a las de Manrique, que encontró la muerte en la batalla. La dirección de la casa de Lara y la regencia de Castilla fue asumida por su hermano Nuño, que instaló a Alfonso VIII en Ávila. La regencia de Nuño estuvo marcada por diversos enfrentamientos y reconciliaciones con los Castro, mientras que Fernando II de León parecía haberse desentendido de Castilla. Tras tomar Toledo en 1166 en compañía de Alfonso VIII, se afianzó el poder de Nuño de Lara y decayó la influencia de Fernando de Castro.
En los años siguientes Nuño supo ganarse la confianza de su pupilo Alfonso VIII, que a principios del año 1169 llegó a acudir personalmente a liberar a su tutor que había sido encarcelado en Zurita. Tan es así, que cuando Alfonso VIII alcanzó la edad de catorce años señalada en el testamento de su padre Sancho III para hacerse cargo del gobierno, siguió manteniendo a la cabeza del gobierno a Nuño de Lara hasta su muerte en 1178.
Alfonso VIII había sobrevivido a la complicada situación en la que había heredado la corona y celebró su mayoría de edad y tomó posesión efectiva del trono el 11 de noviembre de 1169 en Burgos. A pesar de las adversas circunstancias en que se había encontrado desde sus dos años de edad, Alfonso VIII fue el rey que más años ciñó la corona de Castilla (cincuenta y seis), participó en decisivos enfrentamientos contra los musulmanes (con derrotas dolorosas como Alarcos y grandes victorias como las Navas de Tolosa), fundó junto a su esposa Leonor Plantagenet el Monasterio de Las Huelgas y puso los cimientos para la reunificación de las coronas de Castilla y León... pero esa es otra historia.
Imagen| Wikimedia commons
Fuentes| Gonzalo Martínez Díez. Alfonso VIII, rey de Castilla y Toledo (1158-1214).

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