El nacimiento del reino de Portugal
Tras la invasión musulmana de la Península Ibérica en el año 711, se inició casi de manera inmediata una tarea de recuperación de los territorios de la Hispania romana y visigoda que llevaría más de siete siglos concluir. En este período las cada vez más crecientes posesiones cristianas se fueron conformando en diferentes reinos, condados y principados que entraban en conflicto entre sí casi como tan a menudo como con los musulmanes.
El núcleo inicial de resistencia del reino de Asturias se trasladó posteriormente a León y albergaba en la parte noroeste el condado de Galicia (que en no pocas ocasiones trató de independizarse de León) y el llamado Condado Portucalense, cuyas fronteras estaban delimitadas por el río Miño al norte y por el Duero al sur. Este condado en ocasiones dependía de Galicia y en otras era regido por un conde independiente; eso sí, siempre sometido al reino de León. El primer conde de Portugal fue Diogo Fernándes.
En el año 1095 el rey de León Alfonso VI concedió el condado de Galicia a su hija legítima Urraca y al marido de esta, Raimundo de Borgoña, mientras que otorgó el dominio sobre el condado de Portugal y Coimbra a su hija natural Teresa y a su marido Enrique de Borgoña (primo de Raimundo). Este falleció pronto, por lo que Teresa asumió el control del condado junto con su hijo Alfonso Enríquez ( o Henriques).
En 1109 falleció el rey Alfonso VI y su corona fue heredada por su hija Urraca. Las relaciones con su hermanastra Teresa y Alfonso Henriques no fueron buenas y se produjeron constantes choques entre leoneses y portugueses, que aprovechaban la delicada situación de la reina como consecuencia de su tormentoso matrimonio con el rey de Aragón Alfonso I el Batallador. La situación no mejoró cuando en 1126 falleció Urraca y le sucedió su hijo Alfonso VII, que en 1127 tuvo bajo asedio a Alfonso Henriques en Guimaraes. El sitio se levantó cuando el portugués juró lealtad al leonés.
Pero muy pronto Alfonso Henriques iba a convertirse en la fuerza dominante en el condado de Portugal y en el principal protagonista de la independencia portuguesa del reino de León. Primero se enfrentó a su madre, a la que derrotó en la batalla de San Mamede (1128), junto a un ejército gallego que había acudido en auxilio de Teresa. Después, en 1139, logró una histórica victoria sobre los almorávides en la batalla de Ourique. Los detalles de esa batalla se fueron enriqueciendo y mitificando con el paso de los siglos, aumentando el número de enemigos derrotados y narrando la ayuda de Santiago (posteriormente sustituido por San Jorge), pero no cabe duda de su importancia como un elemento esencial de la construcción de la identidad nacional portuguesa.
Tras la gran victoria de Ourique, los miembros del ejército aclamaron a Alfonso Henriques como rey de Portugal (aunque algunas fuentes dudan de la veracidad de esta aseveración), nombramiento que fue confirmado en las llamadas Cortes de Lamego. Pero eso no conllevaba el reconocimiento de esta dignidad por parte de Alfonso VII. El portugués trató de aprovechar las dificultades del leonés en el este de su reino para medrar en sus conquistas, aunque un ataque almorávide hizo que tuviera que centrarse en repeler a los árabes.
Tras comprobar que ni portugueses ni leoneses podían derrotar a su rival, en el año 1143 Alfonso VII y Alfonso Henriques se reunieron en Zamora. El leonés estaba especialmente preocupado por que se le reconociera como Imperator totius Hispaniae, por lo que no tuvo ningún reparo en reconocer a Alfonso Henriques como rey de Portugal, siempre y cuando este le jurara vasallaje (llegó también a designar a su hija natural Urraca como reina de Asturias, pero eso no implicaba la independencia de ese reino del de León). De hecho, para su dignidad imperial le convenía más que quien le jurara vasallaje fuera un rey y no un conde.
Pero el portugués, ya Alfonso I, no estaba satisfecho con esta situación y solicitó inmediatamente al Papa que tomase al reino de Portugal como vasallo suyo, lo que le liberaría del juramento prestado al leonés. El Papa aceptó el vasallaje, pero no se atrevió a otorgarle el tratamiento de rey, posiblemente temiendo la reacción de Alfonso VII, que efectivamente envió una protesta al pontífice unos años después.
Cuando Alfonso VII falleció en 1157 dividió su reino entre sus hijos Sancho III, al que otorgó Castilla, y Fernando II, que heredó León, Asturias y, en teoría, Portugal. Digo en teoría, porque en la práctica Portugal ejercía ya como reino independiente; además, fallecido el emperador y dividido su reino entre sus hijos, no existía ya esa figura de Imperator a la que el rey de Portugal debiera jurar como vasallo. Fernando II se casó con la hija de Alfonso Henriques, de nombre Urraca, lo que no impidió que ambos monarcas mantuvieran constantes conflictos. Fernando repobló Ciudad Rodrigo, desde la que hostigó en repetidas ocasiones al reino vecino y llegó a hacer prisionero al rey portugués, pero terminó liberándolo.
A partir de ese momento Portugal mantendría su independencia y jugaría su papel en el carrusel de alianzas, guerras, matrimonios y conquistas de los reinos medievales de la Península. Incluso durante un tiempo en el siglo XVI llegó a unificarse bajo la misma corona que el resto de la Península... pero esa es otra historia.
Imagen| Alfonso Henriques. Vía Wikimedia commons.
Fuentes| José Ignacio Ortega Cervigón. Breve historia de la Corona de Castilla
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