Eduardo IV de Inglaterra y el aparente final de la guerra de las Rosas
En la entrada dedicada a una de las principales figuras de la Guerra de las Rosas, el conde de Warwick Richard Neville, The Kingmaker, habíamos apuntado las causas y los principales acontecimientos de este conflicto.
El año fundamental en el desarrollo de esta guerra dinástica fue 1471. Eduardo IV, cabeza de la casa de York, que el año anterior se había visto forzado a abandonar Inglaterra y refugiarse en el continente, retornó del exilio con el apoyo financiero del duque de Borgoña. Su hermano, Jorge de Clarence, que previamente le había traicionado, abandonó a Warwick y retornó junto a Eduardo. El 14 de abril de 1471, Eduardo se enfrentó y derrotó en Barnet a Richard Neville, que falleció en la batalla.
Derrotado Warwick, era preciso enfrentarse a los representantes de la casa de Lancaster,. El rey Enrique VI estaba preso en la Torre de Londres, pero su esposa Margarita de Anjou y su hijo Eduardo, príncipe de Gales, estaban de vuelta en Inglaterra. Los dos ejércitos se encontraron en Tewkesbury el 4 de mayo de 1471. Eduardo IV resultó vencedor y el príncipe de Gales fue ejecutado. Solo diez días después Enrique VI falleció, más que probablemente asesinado, en la Torre de Londres.
Concluida aparentemente la Guerra de las Rosas con la muerte del cabeza de la casa de Lancaster y de su heredero, el país necesitaba un período para asentarse y curar sus heridas y para ello precisaba de un rey fuerte y firmemente asentado en el trono. Eduardo IV parecía el hombre adecuado para llevar a cabo ese proceso y, muertos Enrique VI y su hijo, nadie parecía estar en condiciones de disputarle el trono; tras devolver a Francia a cambio de un importante rescate a Margarita de Anjou, del desarbolado partido lancasteriano solo quedaba la joven Margaret Beaufort que se había casado con el hijo de Catalina de Valois, Jasper Tudor, y que se encontraba exiliada en Francia con su hijo Enrique.
Eduardo IV era un hombre alto y atractivo, con carisma para su pueblo que en él vislumbraba al monarca capaz de dirigir al país después de la guerra civil y de la sangrante pérdida de las posesiones francesas. Era accesible para sus súbditos, culto, educado y preocupado por la administración de justicia en el reino. En el lado negativo destacaba cierto narcisismo y su carácter mujeriego, una gran glotonería, su afición por desaparecer largas horas junto con sus amigos más allegados en las tabernas de las ciudades que visitaba y los tradicionales cambios de humor y ataques de furia propios de los Plantagenet.
Hay que tener en cuenta que, a pesar del sangriento relato de las batallas y asesinatos de la Guerra de las Rosas, que afectaron especialmente a las familias nobles, buena parte del reino y de sus súbditos (así como la Iglesia) no se vieron afectados por el conflicto. Por ello, Inglaterra estaba preparada para vivir unos años de boyante florecimiento comercial y participar de la corriente cultural renacentista que dominaba Europa, favorecida por la difusión que supuso la invención de la imprenta.
La corte real estaba rodeada del lujo y la parafernalia que se suponían a un rey de Inglaterra y pronto se encontró también llena de niños, pues Isabel Woodville dio diez hijos al monarca. Los dos mayores, Eduardo (nacido en 1470) y Ricardo (nacido en 1473) aseguraban la continuidad dinástica.
Eduardo anunció que no tenía intención de sangrar a sus súbditos a impuestos y cumplió su palabra. Fue el primer rey en más de doscientos años que no dejó deudas a su muerte. Se dedicó a lucrativas actividades comerciales. Además, la salud financiera del país estaba asegurada por un acuerdo alcanzado con el rey de Francia. Tras un fallido intento de atacar el continente (que no pasó de Calais) el rey francés aceptó pagar una generosa cantidad anual a Inglaterra a cambio del compromiso de Eduardo de olvidarse de cualquier expedición militar al otro lado del Canal. Eso no evitó que el rey también extorsionara a las ciudades que habían apoyado a los Lancaster y a Warwick contra él en la guerra (privó a Coventry y a York de sus libertades y les obligó a pagar una altísima multa por recuperarlas).
Para compensar el sinsabor de la traición de su hermano Jorge de Clarence (que el monarca había perdonado pero no olvidado), el rey tenía un fiel servidor en su otro hermano, Ricardo de Gloucester, que había estado a su lado durante todos los vaivenes de la Guerra de las Rosas (desde la huida a Holanda hasta la victoria en Tekwesbury, donde lideró un ala del ejército), y que administraba competentemente los intereses reales en el norte del país y al que el rey concedió el puesto de Gran Chambelán que una vez ostentó Warwick.
Entre los dos hermanos del rey no existía una buena relación desde la traición de Clarence y las cosas empeoraron cuando Jorge, que estaba casado con la hija mayor del fallecido conde de Warwick, trató de impedir que su hermano Ricardo se casara con la hija menor, Anne Neville, alegando que le correspondía a él decidir el futuro de la hermana menor de su esposa. Puso a la joven bajo su tutela ocultándosela a su hermano. La reacción del duque de Gloucester fue averiguar dónde tenía Jorge a Anne y secuestrarla para luego pedir su mano al rey, que terminó concediéndosela, a pesar de las airadas protestas de Clarence, que llegaron hasta el Parlamento.
Finalmente los continuos desaires y problemas ocasionados por Jorge de Clarence agotaron la paciencia del rey, que nunca se había fiado de su hermano desde su alianza con Warwick contra él. En 1477, uno de los seguidores de Jorge fue condenado por practicar la nigromancia para tratar de conseguir la muerte del rey. Poco antes, ambos hermanos habían vuelto a enfrentarse; Clarence había enviudado y pretendía volver a casarse, pero Eduardo IV vetó tanto a la hija del duque de Borgoña como a la hermana del rey de Escocia, temiendo que su hermano se hiciera demasiado poderoso.
Eduardo IV acabó deteniendo a Clarence y sometiéndolo a juicio en el Parlamento acusado de traición. Aunque fue declarado culpable, las pruebas habían sido pocas y claramente preparadas, por lo que para evitar mayores problemas, el rey ordenó que Jorge fuese asesinado en la Torre de Londres (según la leyenda hizo que le ahogaran en una barrica de vino). Este hecho fue uno de los que posteriormente cimentó la leyenda negra de su otro hermano, Ricardo, que fue acusado de perpetrar personalmente el asesinato de su hermano Jorge.
A partir de 1479, el rey trató de retomar las viejas aspiraciones de los reyes ingleses en Escocia y Francia. En este último país, sin embargo, el rey y el duque de Borgoña firmaron en 1482 la Paz de Arras, que dejaba sin margen de maniobra alguna al monarca.
En Escocia las operaciones fueron dirigidas por el hermano del rey, Ricardo de Gloucester. Eduardo ya no era el joven y esbelto príncipe que participó en las principales batallas de la Guerra de las Rosas. Su afición a la comida y a la bebida habían pasado factura a su estado físico y no se encontraba en condiciones de dirigir una campaña militar en el norte. En todo caso, su hermano Ricardo tenía la experiencia y el carisma necesario para hacerse cargo de la tarea. En 1481 realizó una primera campaña de incursiones en el país con intención de lanzar la gran ofensiva al año siguiente. El objetivo era colocar en el trono escocés al duque de Albany, hermano del rey Jacobo III. Albany había prometido devolver Berwick al dominio inglés y renovar el juramento de obediencia feudal de Escocia a Inglaterra. Pero, como pasó en Francia y aunque Ricardo llegó a tomar Edimburgo, las dos facciones escocesas solventaron sus diferencias y la campaña inglesa quedó en nada. Aun así, Eduardo nombró a su hermano Protector del Reino y de su hijo el príncipe de Gales. Esto no gustó a la reina y a la numerosa familia Woodville, que hubieran sido felices si Gloucester hubiera tenido el mismo destino que Clarence.
Muy pronto, la afición a la buena vida de Eduardo IV terminó pasándole factura y el rey falleció el 9 de abril de 1483. Dejaba a un hijo de doce años, a un hermano enemistado con su familia y la brumosa pero viva amenaza de los lancasterianos Margaret Beaufort y su hijo Enrique que, tras un intento fallido de invadir Inglaterra en 1475, permanecían en Francia a la espera de acontecimientos.
Según Roy Strong:
«Eduardo IV salvó al país, llevándolo del desastre más absoluto a la prosperidad. Aunque dirigió una campaña contra Francia y se vio obligado a involucrarse en una guerra en Escocia, su instinto le llevaba a buscar la paz. Como resultado de ello, la monarquía había vuelto a ser el garante del orden y la justicia en el reino y la fuente del poder político. La tragedia que sucedió después de su reinado convirtió a Eduardo IV en uno de los grandes reyes olvidados de Inglaterra».
Efectivamente, la muerte de Eduardo IV dio pasó a dos años intensísimos en acontecimientos, en los que sucedieron hechos que todavía siguen estando de actualidad más de quinientos años después y al finalizar los cuales la dinastía Plantagenet había sido desalojada para siempre del trono de Inglaterra, que había ocupado desde 1154.... pero esa es otra historia.
Imagen| Archivo del autor.
Fuentes| Dan Jones. Plantagenets, the kings that made England
Peter Ackroyd. A History of England: Volume I (Foundations)
Roy Strong: A story of Britain
Derek Wilson: The Plantagenets, the kings that made Britain.
Peter Ackroyd. A History of England: Volume I (Foundations)
Roy Strong: A story of Britain
Derek Wilson: The Plantagenets, the kings that made Britain.
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