Frederick Townsend Ward, el mandarín yanqui que dirigió al ejército imperial chino (I)




En el año 1900 los ejércitos de las potencias europeas, Estados Unidos y Japón tomaron la Ciudad Prohibida de Pekín como respuesta al ataque contra sus embajadas en China (episodio narrado en la espectacular película 55 días en Pekín), profanando la hasta entonces inaccesible residencia de los emperadores chinos. Después del asalto, un grupo de soldados discutía delante de una tienda sobre quién de ellos había tenido el honor de ser el primer hombre blanco en poner pie en el sacrosanto palacio imperial. El dueño de la tienda les espetó que daba igual quién de ellos hubiera sido el primero. Después de calificarles como de simples saqueadores, les informó que ninguno de ellos podía atribuirse el ser el primer blanco en la Ciudad Prohibida, ya que ese honor correspondía a Hua, el dios blanco que llegó desde ultramar para luchar por China. Hua no solo había sido recibido con honores en el palacio imperial, sino que sus restos descansaban allí.

El Hua al que se refería el comerciante chino era Frederick Townsend Ward, un aventurero de Salem (Massachussets) que había llegado a China en 1859 y que había dirigido el ejército imperial chino en su lucha contra la rebelión taiping. Hasta su muerte en 1862 Ward había conseguido formar un ejército nativo dirigido por oficiales occidentales que luchaba con métodos y armas modernos. Fue nombrado mandarín, se casó con la hija de otro mandarín y sus méritos fueron reconocidos por el emperador, que construyó un santuario para él a su muerte en 1862.

Que Ward no fuese conocido para los soldados occidentales en 1900 y que también sea casi desconocido hoy en día obedece a un cúmulo de circunstancias que se han unido para difuminar y casi eliminar su legado y hacer difícil esbozar una biografía suya. En Estados Unidos su familia estaba más preocupada de reclamar al gobierno chino los honorarios por los servicios prestados que de perpetuar su memoria y dar a conocer sus hazañas. En cuanto a China, ya incluso durante el período imperial (aun reconociendo los servicios prestados) se le veía con desconfianza por su procedencia occidental. Pero tras la caída de la familia imperial y la instauración de la República en 1911, el nuevo gobierno se consideraba heredero de la revolución taiping que Ward había combatido e hizo poco por su memoria. Y después, tanto los ocupantes japoneses en 1940 como la China comunista de Mao en 1955 se ocuparon con ensañamiento de destruir su mausoleo, de profanar y dispersar sus restos y de hacer desaparecer cuantos documentos referidos a él se guardaban en los archivos y en el consulado de Estados Unidos en Shanghai.

Ward es una figura controvertida; acusado por algunos de mercenario, lo cierto es que aun esperando recibir una recompensa por sus servicios, se preocupó más de que a su ejército no le faltaran los fondos necesarios para armarse y combatir que de su propio beneficio personal. Para el imperio manchú al que defendían, sus hombres formaban El Ejército Invencible; para los rebeldes taiping a los que combatían, eran Los Soldados del Diablo. Acusado por los europeos y estadounidenses de favorecer la lucha del emperador chino por evitar la influencia occidental y de prooccidental por los chinos, no es fácil hacerse una idea de la verdadera personalidad e intenciones de Ward (algunos le acusaron de que cuando murió planeaba constituir un principado independiente con él a la cabeza).

Pero más allá de las opiniones que merezcan los hechos, las ideas o los propósitos de la intervención de Ward en China lo cierto es que en sus escasos tres años de presencia en el país tuvo un papel destacadísimo en acontecimientos que marcarían enormemente el futuro del país. Para reconstruir su historia es necesaria una breve introducción sobre el movimiento al que combatió, los taiping.

El fenómeno taiping se había iniciado en 1850 y era una amalgama entre un culto religioso que mezclaba conceptos del cristianismo con otros propios del culto a su líder con un movimiento de rebelión política de los habitantes de las provincias chinas más pobres contra la dinastía manchú que dominaba con mano férrea el país tras derrocar a la dinastía Ming doscientos años antes. El momento álgido de la rebelión taiping llegó cuando tomaron Nankín en 1860. Desde allí iniciaron un movimiento de pinza que incluía la conquista de Shanghai. Aunque el armamento de los taiping era anticuado y obsoleto, su avance fue muy rápido, pues buena parte de los gobernadores imperiales y funcionarios principales de las provincias que encontraban en su camino optaban por suicidarse ante el riesgo de ser brutalmente martirizados y ejecutados por el emperador si eran derrotados por los rebeldes. El camino a Shanghai estaba abierto.

Shanghai había experimentado un espectacular auge comercial tras ser incluida entre los cinco puertos del tratado que permitían el acceso a los occidentales después de la Guerra del Opio. Los británicos habían visto su potencial por su situación geográfica y primero ellos y luego los franceses y los estadounidenses se habían instalado allí y construido multitud de muelles y almacenes en el puerto de la ciudad, así como barrios propios para cada país.

Cuando los rumores de la llegada del ejército taiping llegaron a Shanghai, las autoridades se dieron cuenta de que entre los suicidios, las deserciones y las ejecuciones de sospechosos de ayudar a los rebeldes, no contaban con fuerzas suficientes para oponer debida resistencia. Conocedores del potencial armamentístico y el genio militar de las potencias occidentales pusieron sus ojos en ellas; no obstante, como en el resto de China existía más de un conflicto con estas potencias, el acercamiento no se podía hacer directamente sino a través de comerciantes y funcionarios que trabajasen con los europeos. En concreto el taotai (gobernador de distrito) Wu Hsu y el comerciante y banquero Yang Fang.

Lo que ambos pretendían era formar un ejército que se aprovechase del armamento y disciplina táctica europea para poner fin a la rebelión taiping en todo el territorio chino. Pero el cónsul británico contestó que, si bien harían todo lo necesario para defender sus intereses en Shanghai, no tenían ninguna intención de entrometerse en el conflicto más allá de la ciudad. Parecía que los deseos de los chinos no iban a verse realizados hasta que apareció un joven aventurero norteamericano de nombre Frederick Townsend Ward.

Llegado a Shanghai en 1859 y antiguo oficial de marina, Ward había obtenido trabajo como primer oficial del Confucius, un barco que pertenecía al Consejo para la Supresión de la Piratería de Shanghai y recorría la costa a la caza de piratas (es decir, esencialmente de rebeldes taiping). En tal carácter y como encargado de un grupo de hombres que el mismo Consejo contrató para vigilar si los rebeldes se aproximaban a Shanghai, Ward había tomado contacto en varias ocasiones con los taiping. Dado que estas actividades se realizaban al margen de la posición oficial de neutralidad del gobierno de Estados Unidos y contra el correspondiente precio, podían calificarse como cercanas a las propias de un mercenario.

Las actividades de Ward no pasaron desapercibidas para el principal suministrador de fondos del Consejo para la Supresión de la Piratería, que no era otro que el citado banquero Yang Fang. Las intenciones de este y del taotai Wu Hsu de formar un ejército usando a los occidentales para enfrentarse a la rebelión taiping eran vox populi en Shanghai y Ward estaba más que dispuesto a acometer la tarea.

Se desconoce si fue Ward quien contactó con Hsu o si fue al revés, pero el caso es que nuestro protagonista puso en marcha su proyecto de crear un moderno ejército con técnicas y armamento occidentales para enfrentarse a la amenaza taiping... y al desarrollo de esa aventura dedicaremos la siguiente entrada de esta serie.

Fuente| Caleb Carr: El Soldado del Diablo.

Imagen destacada| Frederick Townsend Ward (Wikipedia Commons)

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿De dónde viene la expresión «negar el pan y la sal»?

¿Jugaban los sajones al fútbol con cabezas de daneses decapitados?

Nuevo libro de Daniel Fernández de Lis: De Covadonga a Tamarón