La gestación del cisma anglicano más allá de Enrique VIII y Ana Bolena.

William Tyndale

En alguna de las entradas del blog relacionadas con la reacción que los católicos ingleses tuvieron ante el nacimiento de la iglesia anglicana y la ruptura con Roma, dejábamos abierta la pregunta de si el cisma anglicano fue algo que nació sin más de la noche a la mañana y por el capricho de Enrique VIII de divorciarse de Catalina de Aragón y casarse con Ana Bolena. En alguna de estas entradas, como la dedicada al conocido como Pilgrimage of Grace de 1536, ya apuntábamos una respuesta negativa a dicha pregunta. Hoy vamos a desarrollar esta respuesta con más detalle.
Seguro que a todo el mundo le suenan los nombres de Martín Lutero y de Calvino, hombres que se opusieron a la iglesia de Roma y dieron nacimiento a las religiones protestantes. Uno de los elementos esenciales para la difusión de estos movimientos fue la decisión de traducir la Biblia del latín para que todo el mundo pudiera leerla y conocer e interpretar su mensaje sin estar sometidos obligatoriamente a la ortodoxia del clero romano sobre su contenido. Por otro lado resultó fundamental el invento de la imprenta, que supuso que muchísima más gente que antes pudiese acceder al texto sagrado traducido y a las obras de Lutero y Calvino.
En Inglaterra hubo dos figuras clave para que las ideas contrarias a la ortodoxia católica de Roma se difundieran.
El primero de ellos, ya casi un siglo antes había defendido las mismas ideas contra la iglesia de Roma que Lutero y Calvino; este hombre se llamaba John Wycliffe y no solo atacó la situación de la iglesia de Roma, sus riquezas y la corrupción moral y sexual del clero. Wycliffe desafió al papado, que defendía que que la Biblia solo debía publicarse en latín porque solo los miembros del clero estaban preparados para interpretarla. En 1381 publicó una traducción de la Biblia al inglés, por entender que todo el mundo podía conocer e interpretar la palabra de Dios. Las enseñanzas de Wycliffe calaron en el pueblo inglés, generando un movimiento conocido como los lolardos, que fue perseguido por la monarquía inglesa y declarado como herejía por la iglesia de Roma en el concilio de Constanza de 1415.
El segundo de ellos fue William Tyndale, contemporáneo del cisma protestante de Lutero. Sus ideas contrarias a la ortodoxia romana y a favor de la traducción de la Biblia al inglés, hicieron que fuese perseguido y tuviese que exiliarse en Hamburgo en 1525. Allí entró en contacto con Lutero y continuó con su tarea de traducir la Bibila al inglés. A diferencia de Wycliffe, Tyndale contaba con la formidable arma de la imprenta para difundir e introducir subrepticiamente en Inglaterra cientos de ejemplares de la Biblia traducida, que se hicieron llegar a los herederos ideológicos de los rescoldos que el movimiento de los lolardos había dejado en el país.
Perseguidas sus ideas por el hasta entonces ferviente defensor de la Iglesia de Roma Enrique VIII y sus principales asesores, el cardenal Wolsey y Tomás Moro, terminó sus días quemado en la hoguera por hereje.
Pero la semilla plantada por Wycliffe y Tyndale caló hondo en dos importantes personajes como Thomas Cromwell (principal asesor de Enrique VIII tras la caída en desgracia del cardenal Wolsey por su incapacidad de convencer al papa de conceder el divorcio del rey y Catalina de Aragón) y Thomas Cramner (confesor de Ana Bolena y posteriormente arzobispo de Canterbury. Ambos fueron decisivos a la hora de convencer a Enrique VIII para apartarse de la iglesia de Roma y, ya como cabeza de la iglesia de Inglaterra, poder casarse con Ana Bolena.
Puede que el rey solo pensase en sus intereses, pero sus asesores tenían algo más en mente, algo que se venía cociendo en el país anglosajón desde más de cien años antes: apartar a Inglaterra definitivamente de la disciplina de Roma y aplicar las doctrinas de Wycliffe y Tyndale, como Lutero y Calvino habían hecho en el continente. Todavía habría que esperar un tiempo para que las reformas calasen tanto en la legislación como especialmente en el pueblo inglés...pero esa es otra historia.
Fuente| The concise dictionary of National Biography.

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