De cómo se llegó a la Primera Guerra Mundial: el rompecabezas austrohúngaro (II)


En la primera entrada dedicada en el blog a la situación en el imperio austrohúngaro en los años previos al estallido de la Primera Guerra Mundial esbozamos un cuadro general sobre el sistema político vigente tanto en la zona húngara como en la austriaca del imperio dual. En esta segunda parte nos centraremos más en los acontecimientos que desembocaron en la declaración de guerra y en las personas protagonistas de los mismos.
Un primer elemento que llama la atención es que en el período anterior al conflicto, aunque existieron episodios de convulsión política como disolución de parlamentos regionales y del propio parlamento de Cisleitania, así como cierta política de represión de los nacionalismos emergentes y de la libertad de prensa en los territorios del imperio, en general se trató de un período de un importante crecimiento económico, de modernización de la industria y de las infraestructuras del Estado y de mejoras en el bienestar y la educación de sus súbditos.
Cuando terminó la guerra parecía una conclusión muy obvia el achacar la derrota y la desmoronación del imperio de los Habsburgo a sus estructuras anquilosadas y a su compleja organización política y plurinacional. Sin embargo, tanto antes como durante y después de la guerra hubo opiniones muy autorizadas que o bien discrepaban de esa visión o fueron cambiando la misma con el devenir de los acontecimientos.
Así, el checo Edvard Benes, que en 1908 había declarado que los lazos históricos y económicos que unían a las naciones austriacas entre sí eran demasiado fuertes para dejar que se llegase a la disolución de Austria, pasó durante la guerra a organizar un movimiento secreto en favor de la independencia checa y acabó convirtiéndose en uno de los padres fundadores del estado checoslovaco en 1918. En el mismo sentido, el corresponsal de Times Wickham Steed que durante y después de la guerra escribió con vehemencia que al abandonar el imperio con el estallido de la guerra había tenido la sensación de escapar de un edificio a punto de derruirse, había escrito en 1913 que durante diez años de observación in situ no había apreciado motivo suficiente por el que la monarquía de los Habsburgo no tuviese que conservar su lugar legítimo en la comunidad europea. Por el contrario, dos personalidades húngaras como Oscar Jaszi y Mihaly Babits que habían sido de los mayores críticos de la monarquía dual antes de su disolución, acabaron con los años y con las experiencias que desembocaron en la Segunda Guerra Mundial añorando lo que tanto habían criticado. En 1939 Babits escribió:«ahora nos lamentamos y lloramos por el regreso de lo que una vez odiamos. Somos independientes, pero en lugar de alegrarnos solo podemos temblar».
Para complicar aún más la situación, los principales personajes que participaban en la toma de decisiones decisivas para el imperio constituían una amalgama de personalidades contradictorias, complejas, enfrentadas entre sí y repletas de filias y fobias hacia representantes de otras potencias y hacia las nacionalidades que formaban parte o tenían influencia e intereses dentro del territorio del imperio. Ello produjo una paralización en la toma de decisiones y  errores de bulto en la apreciación objetiva de la situación que se tradujeron en políticas erráticas y basadas muchas veces en valoraciones equivocadas, especialmente en lo relativo al crucial aspecto de Serbia y Rusia. Todas estas tensiones políticas y personales estallarían tras el asesinato de Sarajevo.
Una de las figura preeminente del imperio era su ministro de Asuntos Exteriores, el conde Alois von Aehrenthal. Entre las principales preocupaciones del ministro se encontraba la de poner freno a las crecientes pretensiones de los nacionalistas serbios sin dañar las relaciones con Rusia. La ocupación definitiva de Bosnia-Herzegovina en 1908 formaba parte de esta política, pero se torció cuando el homónimo ruso de Aehrenthal, Izvolski, desmintió en público el tratado firmado por ambas potencias en Buchlau por el que Rusia admitía la anexión de Bosnia a Austria a cambio de que esta contribuyese a mejorar los accesos de Rusia a los estrechos turcos. Finalmente el ruso se vio obligado a admitir la existencia del tratado, pero la propaganda nacionalista serbia ya había hecho su trabajo en contra de Austria (sobre la influencia del nacionalismo serbio en Bosnia ver la primera entrada del blog dedicada a este asunto). Las malas relaciones entre el representante austriaco en Belgrado Johann Forgach y su interlocutor serbio en Belgrado Miroslav Spalajkovic (confeso partidario de las tesis paneslavas y de un acercamiento a Rusia con cuyo representante en Belgrado Hartwig le unía una excelente amistad) tampoco ayudaron y estarían destinadas a repetirse en los decisivos acontecimientos de 1914.
Cada movimiento que el imperio quisiera realizar en relación con Serbia era como una jugada de ajedrez que había que valorar hasta sus últimas consecuencias en la partida que austriacos y rusos estaban jugando por ganar influencia en esa zona de Europa. Por ejemplo, Austria no podía compensar su alejamiento de Serbia con un acercamiento a Bulgaria, ya que ello supondría poner en contra a una Rumanía que tenía un importante conflicto fronterizo con el gobierno de Sofía, cuando cerca de tres millones de rumanos eran ciudadanos de la parte húngara del imperio. No podía evitarse la creación de una «gran Serbia» dando alas al nacimiento de una «gran Rumanía»
Otro ejemplo, en apariencia insignificante pero que acabó teniendo una enorme importancia, era el del pequeño principado de Montenegro. De gran relevancia estratégica por sus inaccesibles montañas que apuntaban hacia los puertos austriacos de Cattaro, el príncipe montenegrino Nikola había llevado una hábil política que había expandido sus dominios a lo largo del siglo XIX y se había proclamado rey en 1910. Además había casado a sus hijas de manera hábil para la búsqueda de alianzas estratégicas con el rey de Serbia y con el rey Víctor Manuel de Italia.
Aunque Italia formaba parte de la Triple Alianza junto a Alemania y Austria, en el país transalpino habían ido creciendo las voces en contra del imperio de los Habsburgo; estas voces se hicieron más audibles cuando, tras la anexión de Bosnia, Austria se negó a compensar a Italia con concesiones (especialmente la creación de una universidad) en la zona de Trieste, habitada mayoritariamente por italoparlantes. Ello hizo que Italia abandonase la Triple Alianza y firmase un tratado con Rusia. Aunque después Italia y Austria volvieron a firmar un pacto que anulaba casi todo lo acordado con Rusia, había en el horizonte un claro motivo de discordia entre Austria e Italia, vinculado a la desintegración del imperio otomano: Albania.
Así las cosas, se hacía imprescindible que en Viena existiese una persona que de manera clara y con mano firme dirigiese los intereses del país para hacer frente a tan compleja situación. Sin embargo, la situación en la capital imperial no podía ser más diferente de la requerida, como detallaremos en la siguiente entrada del blog.
Fuente| Christopher Clark: Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914.


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