El asesinato de Thomas Becket.

Thomas Becket, arzobispo de Canterbury

El 29 de diciembre de 1170, cuatro caballeros ingleses entran en la catedral de Canterbury y asesinan a sangre fría a Thomas Becket, arzobispo de Canterbury. Este artículo pretende analizar las causas y las consecuencias de este trascendental hecho.

En 1154 sube al trono de Inglaterra Enrique II, el primer Plantagenet. Como todos los monarcas europeos de la época, uno de los principales obstáculos con los que Enrique tiene que lidiar es la relación con la iglesia católica. Cuestiones como la coronación de los reyes y sus herederos, la disolución de matrimonios reales, el derecho de los obispos a abandonar sus diocésis para viajar a Roma y, especialmente, el derecho de los clérigos a apelar al Papa, venían causando grandes problemas entre los reyes europeos y la iglesia.

En Inglaterra existía una cuestión especialmente peliaguda; los crímenes cometidos por los miembros del clero eran juzgados por tribunales eclesiásticos. Se estima que en el siglo XII uno de cada seis ingleses formaba parte de una u otra orden religiosa; muchos de ellos eran simplemente hombres de baja cuna que veían en su ordenamiento una forma de garantizarse el sustento diario. Estos clérigos cometen robos, violaciones o asesinatos que son juzgados por tribunales eclesiásticos y no civiles. Las penas impuestas son menores que en un tribunal ordinario, entre otras cosas porque los tribunales eclesiásticos ingleses del siglo XII no pueden condenar a muerte o a castigos físicos.

Enrique II intenta atajar este problema de raíz y someter a los clérigos que cometan delitos a la jurisdicción civil, pero tropieza con la oposición de Teobaldo, arzobispo de Canterbury. El pulso entre Teobaldo y los monarcas ingleses viene de lejos, pues ya se enfrentó al rey Esteban al negarse a  celebrar una ceremonia en la que se coronara a su hijo como heredero al trono. Enrique pretendía hacer lo mismo con su propio hijo, y lo previsible es que Teobaldo  se opusiera también a ello.

Por eso, cuando el 18 de abril de 1161 Teobaldo fallece, Enrique decide instalar en la sede del arzobispado de Canterbury a uno de sus mejores amigos y de sus más fieles servidores al que ha ido ascendiendo en sus responsabilidades desde que se conocieron en 1154 y que en ese momento ocupa el cargo de canciller del reino y de archidiácono de Canterbury: Thomas Becket. 

Enrique pensaba que con Becket en el más importante puesto eclesiástico de Inglaterra podía imponer sus posturas frente a las de la Iglesia en cuestiones como el sometimiento de los clérigos que cometieran delitos a la justicia civil y en otras cuestiones. Sin embargo, Becket desde el momento que toma posesión de su cargo sufre una tremenda transformación en sus ideas y en su modo de vida. Pasa de ser el principal valedor de las ideas de Enrique II a un acérrimo defensor de los derechos de la iglesia frente al Estado; pasa de llevar un modo de vida lujoso y relajado a transformarse en un asceta y someterse a sí mismo a castigos físicos y flagelaciones.

No está muy claro qué es lo que llevó a este cambio radical en la actitud de Becket. Hay quien sostiene que se vio en la necesidad de demostrar a una comunidad religiosa que no vio su nombramiento con buenos ojos que no era una marioneta manejada por el rey; otros ven en ello la intervención divina.

Fuese cual fuese el motivo, Thomas empieza a oponerse sistemáticamente a la política real, tanto en asuntos directamente relacionados con la iglesia como el de la jurisdicción competente para juzgar los crímenes de los clérigos, como en otros que resultaban completamente ajenos a sus intereses, como la pretensión de Enrique de hacer que los tributos que los nobles pagaban a los sheriff pasasen a abonarse directamente a la corona.

La intervención del Papa y de otros obispos ingleses hicieron que Becket diese su brazo a torcer y se plegase ante los deseos de Enrique II; pero la ira del rey y su carácter vengativo propio de los Plantagenet no iban a perdonar a Becket.  Tras exigir la devolución de todas las tierras y castillos que le había entregado cuando era canciller, hizo que el arzobispo jurara obediencia a las leyes inglesas delante de una multitud en Clarendon en enero de 1164. Días después publicó una serie de normas, conocidas como las Constituciones de Clarendon, que iban mucho más allá de la cuestión relativa al sometimiento de los delitos de los clérigos a la justicia civil. Y en una asamblea de nobles en Northampton el 6 de noviembre de 1164, acusó a Becket de malversación.

Hundido moral y políticamente, Thomas huyó a Francia con la magra compañía de cuatro sirvientes. Permaneció cinco años en Francia escribiendo amargas cartas criticando a Enrique y quejándose ante el Papa. En 1169, varios intentos de mediación entre ambos que llevó a cabo el rey de Francia fracasaron ante la intransigencia y la fuerte personalidad de uno y otro.

Viendo que la reconciliación era imposible, Enrique decidió realizar su viejo anhelo de coronar como heredero a su hijo sin la participación de Becket y llevó a cabo la ceremonia en Westminster, bajo los auspicios del arzobispo de York. La indignación de Becket hizo que volviera a Inglaterra el 30 de noviembre de 1170; inició una furiosa campaña de discursos contra todos los que participaron en la ceremonia, amenazando con excomulgar a unos y otros.

Cuando Enrique se entera, pronuncia ante sus nobles una frase que ha pasado a la Historia: “ ¿Cómo es posible que entre todos los vagos y traidores a los que he cargado de riquezas, ninguno sea capaz de evitar que un clérigo de baja cuna se burle de mí?”. Cuatro de los caballeros presentes en la sala se toman las palabras al pie de la letra, cabalgan de inmediato hacia Canterbury y asesinan a Thomas Becket dentro de la catedral.

La muerte de Becket causó gran impresión en Enrique I, quien probablemente pronunció esa frase en uno de sus típicos ataques de ira y sin pretender realmente que ninguno de sus caballeros asesinase a Thomas. En prueba de penitencia por este hecho, Enrique peregrinó a Canterbury donde la tumba del arzobispo se había convertido ya en un lugar de culto; Thomas Becket fue proclamado santo por la iglesia católica tres años después de su muerte.

Fuente: The Plantagenets. Dan Jones.




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