Leonor de Aquitania (II)
Terminaba la primera entrada de la serie dedicada a Leonor de Aquitania con el nacimiento de un hijo varón de su matrimonio con Enrique II, al que llamaron Guillermo. El 28 de febrero de 1155 nació Enrique, segundo hijo de la pareja. La tristeza por la prematura muerte del primogénito Guillermo fue reemplazada por la alegría del nacimiento en rápida sucesión de nuevos príncipes reales: Matilda (1156), Ricardo (1157) y Godofredo (1158). Después vendrían Leonor (1162), Juana (1165) y Juan (1166/1167). La supervivencia hasta la edad adulta de tantos vástagos aseguraba la sucesión real y la pervivencia de la recién nacida dinastía de los Plantagenet (cuyo escudo encabeza este artículo), pero terminarían convirtiéndose en una fuente de problemas para Enrique y entre él y Leonor.
En 1172, tras haberse impuesto a sus rivales internos y externos, el futuro se presentaba brillante para Enrique II. Sin embargo le faltaba por sufrir la más dura de las pruebas que un hombre, rey o no, puede afrontar y que terminaría costándole la salud y la vida: la rebelión de su propia familia, de sus hijos Enrique, Godofredo, Ricardo y Juan, todos ellos apoyados por su madre Leonor.
Las cuestiones sucesorias de la abundante progenie de Enrique II y Leonor de Aquitania, para las que también debía de tenerse en cuenta la opinión del rey de Francia por el vasallaje al que estaban sometidas las posesiones continentales de los Plantagenet, parecían haber quedado resueltas en una conferencia que mantuvieron ambos monarcas en enero de 1169 en Montmirail. Los planes de Enrique eran que su hijo del mismo nombre heredara Inglaterra, Normandía y Anjou, que Bretaña fuese para Godofredo (casado con la hija del antiguo duque de Bretaña) y Aquitania quedase reservada para Ricardo, ojito derecho de Leonor. Juan, de apenas tres años, y sobre el que todavía no se sabía si llegaría a la edad adulta, quedó fuera del reparto (de ahí su sobrenombre de Sin Tierra).
Lo acordado permitió celebrar la coronación como rey asociado de Inglaterra de su hijo Enrique el Joven. Si con ello pretendía garantizarse una transición tranquila y fomentar la estabilidad en sus dominios, el error de cálculo de Enrique II fue tremendo. Casi inmediatamente, comenzaron los problemas y las discrepancias con el recién coronado. Parece que padre e hijo interpretaron de manera diferente lo que la coronación de este último conllevaba en el ejercicio diario del poder en Inglaterra y Normandía.
El joven de dieciocho años consideraba que, para tener algún sentido, el acto formal de imponerle la corona debía ir acompañado de un ejercicio real del poder, de la cesión de algunas propiedades y, sobre todo, de la tenencia de ingresos propios con los que mantener a la creciente corte que había generado alrededor suyo y de su esposa. Para su padre, sin embargo, se trataba más de una ceremonia formal al estilo francés; una confirmación de que su hijo había llegado a la edad adulta y se encontraba en condiciones de heredar el poder cuando llegase su hora. Enrique el Viejo no cedió ni un ápice de poder a su hijo y la provisión de los fondos necesarios para su sustento se realizaba con cuentagotas. El austero Enrique II gastaba con mesura en su propia corte (era famosa la pésima calidad de sus vinos) y ni entendía ni aprobaba el boato que su joven hijo pretendía mantener a su alrededor.
Esto hirió el orgullo del Joven, que encontró dos importantes pares de oídos dispuestos a escuchar sus quejas y a alentar una rebelión contra su padre; estos oídos fueron los de su madre Leonor y los de su suegro Luis VII, rey de Francia. Y la chispa estalló en 1173 cuando Enrique II decidió casar al menor de sus hijos, Juan, que por entonces contaba seis años, con la hija del conde de Saboya. Juan había quedado fuera del reparto de la herencia de sus padres acordado en Montmirail, y como dote matrimonial el monarca inglés decidió cederle la propiedad de los castillos de Chinon, Loudon y Mirebeau. Enrique el Joven entendió que con ello su padre estaba desposeyéndole de parte de su herencia (se trataba además de tres fortalezas con importancia estratégica) y el enfrentamiento velado entre padre e hijo estalló en un conflicto abierto.
Esta circunstancia no sorprendió excesivamente, porque el enfrentamiento entre padre e hijo llevaba tiempo gestándose. Lo que sí constituyó una enorme sorpresa es que a la rebelión iniciada por Enrique el Joven se unieran sus hermanos Ricardo y Godofredo, de quince y catorce años respectivamente. Parece claro que el cerebro que se encontraba detrás de este sorprendente movimiento era su madre, Leonor de Aquitania. El propio Enrique II así lo entendió, pues envió una carta a su esposa en la que le conminaba a volver con sus hijos junto a su marido, al que debía obediencia y con el que estaba obligada a convivir.
Se ha sugerido que la causa por la que Leonor se volvió contra su esposo fueron los celos porque el rey se había enamorado de su amante Rosamund Clifford. Esto resulta poco probable, porque era una situación tan habitual en las monarquías de la época que cualquier esposa real tenía que aprender a vivir con ella. Más parece que Leonor, que había retomado sus funciones de duquesa de Aquitania, veía cómo Enrique decidía sobre sus propiedades sin contar con ella y teniendo más en cuenta los intereses de su imperio Plantagenet que los de la propia Aquitania. La herencia de su adorado Ricardo estaba en juego, y por eso Leonor fomentó que sus hijos menores se unieran a su hermano, aunque ello conllevara aliarse con su exesposo Luis VII de Francia. Así, a finales de febrero, temiendo ser hecha prisionera, se disfrazó de hombre y huyó a uña de caballo tratando de llegar hasta París para unirse a sus vástagos. Pero durante el viaje fue reconocida y detenida por los agentes de su marido, que la trasladaron al castillo de Chinon, donde permaneció bajo custodia.
La contienda entre padre e hijos duró dieciocho meses, pero Enrique II se impuso a todos sus rivales en Inglaterra y en el continente. Su victoria fue total y sus enemigos solicitaron iniciar conversaciones para poner fin al conflicto. La conferencia de paz se celebró en Montlouis. Después de demostrar al mundo su fuerza frente a una formidable alianza de enemigos, Enrique II podía permitirse mostrar generosidad. Acordó perdonar a los rebeldes y devolverles las posesiones que tenían antes del inicio de la guerra. Otros no fueron tan afortunados. Enrique consideraba a Leonor la principal responsable de la traición de sus hijos y, después de su rebelión, nunca volvió a confiar en ella. Se pasó el resto del reinado de Enrique confinada en diferentes fortalezas.
Solo dejó su cautiverio en contadas ocasiones cuando su esposo la necesitaba para meter
en cintura a sus levantiscos hijos. En 1182 se produjo otro levantamiento de Enrique el Joven, aunque fue de corto recorrido pues murió en 1183. En 1186 Godofredo moría en París. Enrique no nombró a Ricardo su único heredero, mientras que las relaciones con el rey de Francia se deterioraron rápidamente. Felipe Augusto inició entonces un acercamiento a Ricardo, aprovechando el enfado de este contra su padre por no designarlo heredero, lo que le impedía realizar su deseo de unirse a las cruzadas. Además, Ricardo terminó por creer los rumores que le llegaban, en el sentido de que su padre planeaba desheredarlo en favor de Juan.
En 1189, la brecha abierta entre padre e hijo era ya irreparable. El futuro Corazón de León prestó su ayuda a Felipe en las escaramuzas fronterizas que mantenía con el rey inglés. Enrique se refugió en Chinon mientras el imperio que había construido durante tantos años se derrumbaba a su alrededor. Según los cronistas de la época, Enrique solicitó una lista para saber cuántos de sus nobles apoyaban a Felipe y a Ricardo y, cuando vio que el nombre que encabezaba la lista era el de su otro hijo, Juan, el dolor y la sorpresa fueron tales que sufrió un colapso del que no se recuperó.
El primer rey de la dinastía Plantagenet murió en Chinon el 6 de julio de 1189. De los treinta y siete años de unión matrimonial con él, su esposa Leonor se había pasado casi la mitad como prisionera de su esposo. Parecía que con la subida al trono de su querido hijo Ricardo la ya anciana Leonor podía dedicarse a disfrutar en paz de sus últimos años de vida. Pero no fue ni mucho menos así; el tiempo que le quedaba ni era corto ni, desde luego, iba a ser tranquilo. La tercera entrada de esta serie estará dedicada a los apasionantes quince últimos años de vida de Leonor de Aquitania.
Imagen| Wikimedia commons.
Fuentes| Dan Jones. Plantagenets, The Kings Who Made England.. Ed. William Collins, Londres.1ª edición (2103)
Peter Ackroyd. A History of England Volume I (Foundations).Ed. McMillan, Londres. 1ª edición (2011)
Roy Strong. The Story of Britain.Ed. Pimlico, Londres. 1ª edición (1998)
Simon Schama. A History of Britain.BBC Worldwide Limited, Londres. 1ª edición, cuarta reimpresión (2000)
Derek Wilson. The Plantagenets, The Kings That Made Britain. Quercus Edition Ltd., Londres. Edición ebook (2014)
Marc Morris. King John: Treachery, Tyranny and the Road to Magna Carta. Cornerstone Digital. Edición ebook (2015)
Peter Ackroyd. A History of England Volume I (Foundations).Ed. McMillan, Londres. 1ª edición (2011)
Roy Strong. The Story of Britain.Ed. Pimlico, Londres. 1ª edición (1998)
Simon Schama. A History of Britain.BBC Worldwide Limited, Londres. 1ª edición, cuarta reimpresión (2000)
Derek Wilson. The Plantagenets, The Kings That Made Britain. Quercus Edition Ltd., Londres. Edición ebook (2014)
Marc Morris. King John: Treachery, Tyranny and the Road to Magna Carta. Cornerstone Digital. Edición ebook (2015)
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