Zaporogos, los cosacos del mar


Cuando oímos hablar de los cosacos, casi siempre asociamos el término con formidables guerreros rusos recorriendo la estepa a caballo, batallando contra sus enemigos, grandes bebedores y temibles enemigos. El movimiento romántico del siglo XIX idealizó su imagen como personificación del valor, la libertad y la osadía, aunque también fueron istrumentos implacables de la expansión de la rusa zarista.
Sin embargo, aunque pueda chocar con esta imagen el pensar en cosacos que ejercían sus actividades guerreras y de saqueo desplazándose en embarcaciones por ríos y mares, este grupo de cosacos existió y jugó un papel importante en la historia. Fueron los conocidos como zaporogos (por su lugar de procedencia, la región ucraniana de Zaporozhie).
Los zaporogos vivían en unas islas de muy difícil acceso y, por tanto, fácilmente defendibles, más abajo de los rápidos del río Dnieper (el nombre de Zaporozhie significa «tras los rápidos»). Sus rituales de iniciación eran tan duros como los del resto de comunidades cosacas, e incluso más, al incluir pruebas como la de atravesar a nado la zona más caudalosa del río.
Se desplazaban en unas embarcaciones fluviales llamadas chaikas («gaviotas») que se adaptaban para la navegación en alta mar atando a sus costados fardos de juncos. De esa forma podían desafiar a barcos mucho más grandes, lo que hizo que la piratería se convirtiera en uno de los medios de vida de este grupo de cosacos, que solían incorporar a su indumentaria los ropajes y adornos orientales de las víctimas de sus ataques.
Uno de las principales objetivos de sus correrías y saqueos, muy similares a las de los vikingos, eran las poblaciones turcas situadas a orillas del Mar Negro. En 1604 saquearon Trebisonda y en 1613 asolaron la región de Crimea que se encontraba bajo control turco. Es 1615 se permitieron incluso atacar Constantinopla desde el mar. Además, cualquier barco turco que navegara por el Mar Negro podía ser objeto del ataque de los zaporogos, que escondían sus chaikas entre los juncos y matorrales de la desembocadura del Dnieper; cuando atisbaban un barco esperaban a que se hiciera la noche, lo abordaban y desaparecían rápidamente hacia las menos profundas aguas fluviales. Luego exhibían en sus casas el botín conseguido con estos ataques.
Los turcos contraatacaron construyendo una inmensa cadena de hierro a lo largo de toda la desembocadura del Dnieper y organizando expediciones de castigo contra los zaporogos. En 1633 hundieron más de 100 chaikas, mataron a dos mil zaporogos y capturaron a otros mil, que fueron vendidos como esclavos.
En 1637, los zaporogos se unieron con otras comunidades cosacas y contaron incluso con el apoyo del zar para lanzar un ataque contra la formidable fortaleza turca de Azov que, con unas impresionantes defensas y con una guarnición de más de 4.000 jenízaros, controlaba la desembocadura del Dnieper y dificultaba enormemente el acceso de los cosacos al Mar Negro. Tras un ataque combinado que empezó con una enorme explosión que abrió un gran boquete en el muro, y en el que los zaporogos se encargaron de trepar por la muralla posterior de la fortaleza ayudados de escalas y aprovechando la confusión causada por la explosión y el ataque frontal, la fortaleza cayó en manos rusas. Pero tras defenderla heroicamente contra un asalto turco en 1641, los cosacos se vieron forzados a abandonar y destruir la fortaleza ante la falta de apoyo del zar para dotarles de los recursos y los medios necesarios para mantenerla en su poder.
Un curioso epílogo a la aventura de Azov fue inmortalizado por el pintor ruso Ilia Repin en el siglo XIX. Tras verse forzados a abandonar la fortaleza, los zaporogos se sintieron traicionados por el zar y entablaron conversaciones con el sultán de Turquía para entrar a su servicio y combatir a los tártaros de Crimea. Pero los informes que llegaban al sultán sobre las actividades de los zaporogos (que los calificaba de piratas y saqueadores, especialmente de objetivos turcos) hicieron que el turco lanzara una expedición de castigo contra los zaporogos, que fue violentamente rechazada por los cosacos. Después de ello, y según la leyenda, los zaporogos dictaron a un escriba una pintoresca carta repleta de insultos al sultán de Turquía, momento que recoge el cuadro de Repin (ver la imagen que encabeza la entrada) en los siguientes términos:
«¡Tú, demonio turco y aliado de Satán! Que te atreves a llamarte Señor de los cristianos cuando no lo eres. ¡Friegaplatos de Babilonia! ¡Cervecero de Jerusalén! ¡Cabrero de Alejandría! ¡Porquero del Alto y Bajo Egipto! ¡Cerdo armenio! ¡Infiel insolente! ¡Vete al infierno! ¡Los cosacos escupimos en lo que dices ahora y en cualquier cosa que puedas inventarte en el futuro!»
Los zaporogos tuvieron también un papel tangencial en las correrías de dos famosos aventureros cosacos, Iván Stepanovich Mazeppa (en los tiempos del zar Alejo en la segunda mitad del siglo XVII) y Yemelian Ivanovich Pugachev (en la época de Catalina la Grande, en el siglo XVIII)... pero esa es otra historia.
Fuente| John Ure. Los cosacos. 

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