Eduardo I, Gales y las leyendas artúricas.
Ruinas de la Abadía de Glastonbury |
En la última entrada del blog, Eduardo I de Inglaterra contra Llywelyn Príncipe de Gales, habíamos dejado a este último arrodillado ante el primero para rendirle homenaje en Westminster el día de Navidad de 1277. A partir de ese momento hubo unos años de equilibrio inestable entre las disminuidas posesiones de Llywelyn y su hermano Dafydd y las conquistas de los ingleses en territorio galés.
Sin embargo, Eduardo I no tenía ninguna intención de suavizar el yugo impuesto sobre Gales; y prueba de ello es un hecho protagonizado por el rey inglés, en apariencia insignificante, pero cargado de un enorme simbolismo (a Eduardo le encantaban este tipo de gestos simbólicos, como más adelante volveremos a ver).
En 1191, los monjes de la abadía de Glastonbury habían anunciado al mundo que habían localizado dentro de sus muros las tumbas que contenían los restos mortales del mítico rey Arturo y de su esposa la reina Ginebra. En los siglos XII y XIII se encontraban en su apogeo los relatos y leyendas sobre el rey Arturo. Según Geoffrey de Monmouth, en su Historia Regum Britanniae, Arturo había sido un caudillo britano que en algún momento entre los siglos V y VI había detenido durante un tiempo a los invasores sajones en su intento de apoderarse de la Britania romana. Herido en la batalla del Monte Badon, Merlín había realizado uno de sus hechizos sobre Arturo y le había llevado a la isla de Avalon, donde aguardaba dormido a reaparecer en un momento de gran necesidad para liderar a los britanos y derrotar a los invasores.
Lo que ocurre es que los britanos fueron finalmente derrotados por los sajones y arrinconados en el suroeste de la isla, es decir, en Gales. Por tanto, los galeses eran los descendientes de aquellos britanos a los que había liderado Arturo, mientras que los ingleses eran descendientes de los invasores sajones. Si las leyendas se cumplían, pensaban los galeses, Arturo regresaría para llevarles a derrotar a los ingleses en este momento de gran necesidad en que los britanos se veían subyugados por los descendientes de los sajones.
No es probable que Eduardo diese mucha importancia a estas leyendas, pero seguro que sí prestaba atención al simbolismo que encerraban aplicado a la situación que se vivía en 1277 y 1278. Así que decidió acudir, acompañado de su esposa Leonor de Castilla, al lugar donde se encontraba la tumba de Arturo en Glastonbury. Allí se procedió a desenterrar sus huesos y cargaron con ellos, Eduardo con los de Arturo y Leonor con los de Ginebra, hasta una nueva ubicación mucho más acorde con la dignidad de ambos personajes.
Así, el 19 de abril de 1278, Eduardo procedió a dar sepultura con gran pompa y ceremonia a los restos mortales del mítico Arturo. Cubrió la sepultura con una gran losa y, para que no cupiese ninguna duda, procedió a colocar su propio sello y el de su esposa sobre la piedra, como para certificar que efectivamente allí se encontraban los restos mortales del rey Arturo. El mensaje a los levantiscos galeses era claro: Arturo estaba muerto, bien muerto y enterrado y no iba a regresar de la isla de Avalon para librarles del dominio inglés.
La convivencia entre ingleses y galeses se fue haciendo cada vez más complicada, hasta que por fin las tensiones latentes estallaron en un conflicto abierto en marzo de 1282. A este tema dedicaremos la siguiente entrada del blog.
Recordamos que quien quiera conocer más en detalle esta historia y, en general, la del reinado de Eduardo I puede leer el excelente libro Edward I, a great and terrible King de Marc Morris, que nos está sirviendo de fuente para estas entradas.
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