Eduardo "El Príncipe Negro": el hombre que pudo reinar y cambiar la Historia

Eduardo, "El Príncipe Negro" retratado en plena cúspide de su fama como guerrero

Si hay un personaje que levantó en su momento enormes expectativas de convertirse en uno de los más grandes monarcas ingleses, destinado a llevar a su país a las más altas cotas y dominar el conflicto bélico conocido posteriormente como "La Guerra de los Cien Años" haciendo morder el polvo a sus enemigos franceses, ese personaje fue sin duda Edward of Woodstock, Príncipe de Gales y más conocido como "The Black Prince". Y si hay un personaje cuya muerte alteró de manera radical, sangrienta y brutal el futuro de su país durante prácticamente más de un siglo, ese fue también Edward "The Black Prince".

Era hijo del rey inglés Edward III, cuyo acceso inicial al trono y cuya toma efectiva del poder en el Reino de Inglaterra son dignos no de uno, sino de varios artículos en este blog. Es más, muchos de los personajes implicados en la historia de Edward III (ingleses, franceses y escoceses principalmente) tienen a su vez fascinantes historias que también constituyen relatos merecedores de su propio post.  Pero esas son otras historias, que quizás un día narre.

Baste decir que Edward III accedió al trono inglés en 1327, acabando de raíz con una trama de nobles liderados por Lord Mortimer que trató de imponerle como rey títere y tomó en 1330 con mano firme las riendas de la monarquía, dirigiendo sus ambiciones guerreras hacia los dos tradicionales enemigos de los ingleses en esa época: los escoceses y los franceses.

Tras su victoria contra los escoceses en la batalla de Hallidon Hill en 1333, era inevitable el enfrentamiento entre las dos más poderosas monarquías europeas de la época: la inglesa y la francesa, cuyos derechos dinásticos sobre territorios de uno y otro país constituían un auténtico galimatías de relaciones familiares y de vasallaje que amparaban diversos argumentos (excusas, más bien) para lo que no podía sino derivar en la confrontación armada que fue conocida como "Guerra de los Cien Años". Las dificultades que Edward III tuvo que afrontar para conseguir del Parlamento los fondos y tropas necesarias para afrontar la guerra tampoco son objeto de esta entrada.

Esta contienda supuso una confrontación entre dos maneras muy diferentes de hacer la guerra: la tradicional e incluso caballeresca de los franceses, con las cargas de caballería de sus nobles vestidos con pesadas cotas de malla y montados en enormes corceles de guerra destinados a provocar el pánico y la estampida en los ejércitos contrarios, frente a la novedosa forma de hacer la guerra de los ingleses, en la que por primera vez resultó clave uno de los elementos incorporados por el ejército inglés, que fue decisivo en las más importantes batallas de la Guerra de los Cien Años: los arqueros ingleses.

La primera batalla significativa de la Guerra de los Cien Años tuvo lugar el 26 de agosto de 1346 en Crécy, donde un contingente de cuatro mil arqueros ingleses literalmente ensartó a la flor y nata de la caballería y la nobleza francesa que, pese a ser superior en número no llegó nunca a alcanzar el cuerpo a cuerpo con el grueso del ejército inglés, que a continuación sitió y tomó Calais.

Tras una breve tregua en la contienda entre ingleses y franceses, estos aprendieron la lección y trataron de evitar a toda costa un nuevo enfrentamiento en campo abierto. Y aquí es donde entra en juego el protagonista de nuestro artículo. Edward of Woodstock, Príncipe de Gales, nació el 15 de julio de 1330 y desde muy joven acompañó a su padre en las diferentes campañas guerreras dirigidas por éste, demostrando rápidamente tanto sus habilidades guerreras como su capacidad estratégica en batalla. Desde muy pronto se le conoció con el nombre de "The Black Prince" ("El Príncipe Negro") por el color negro de la armadura que siempre lucía, aunque alguno de los hechos que protagonizó le hubieran podido valer el mismo sobrenombre por otros motivos.

Tras la batalla de Crécy y la toma de Calais, los franceses decidieron, como hemos comentado, renunciar a guerrear en campo abierto y se refugiaron en sus inexpugnables castillos. La estrategia de Edward III, en la que su hijo "The Black Prince" jugó un papel muy destacado fue la de someter al saqueo, pillaje, destrucción e incendio multitud de poblaciones de la región de Burdeos, para lo que no dudaban en contratar a mercenarios, criminales y cualquier tipo de escoria.

Finalmente, los franceses no pudieron evitar por más tiempo la confrontación en campo abierto, sobre todo por la necesidad de su nuevo Rey, Jean II, de demostrar su valía.

La batalla tuvo lugar en Poitiers en 1356. El ejército francés superaba a los ingleses en una proporción de 5 a 1 (35.000 hombres frente a 7.000), pero el inteligente aprovechamiento del terreno ideado por The Black Prince y, nuevamente, la utilización de la fuerza de arqueros por parte de los ingleses decantó la batalla del lado británico. No sólo eso: el propio rey francés fue hecho prisionero y trasladado a Londres donde pasó un tiempo como cautivo. "The Black Prince" era la estrella del momento y no muchos dudaban de su capacidad de volver a derrotar a los franceses en el campo de batalla si nuevamente resultaba necesario. La sucesión en el trono inglés por parte de un monarca joven, fuerte, popular, guerrero y estratega estaba asegurada.

Sin embargo, diversos tratados fueron firmados entre ingleses y franceses, que evitaron nuevas confrontaciones abiertas entre ambos países y supusieron diferentes intercambios de territorios.

En la propia Inglaterra se empezó a extender el descontento en relación con los últimos años de gobierno del ya anciano Edward III, especialmente por los consejeros de los que se fue rodeando, entre ellos el impopular hermano pequeño de "The Black Prince", John of Gaunt. Por ello, cuando en 1376 el rey convocó un Parlamento para recaudar nuevos impuestos, el Parlamento rehusó aceptarlo hasta que el Rey apartara de su lado a estos "consejeros del mal".

Quizás el tema no hubiera pasado a mayores si la naturaleza hubiera seguido su curso, Edward III hubiera fallecido, su popular hijo"The Black Prince" hubiera heredado la corona y hubiera gobernado  con mano firme con el beneplácito del pueblo y el Parlamento y consolidado su descendencia.

Sin embargo, el "Príncipe Negro" Edward falleció de disentería en 1376, su padre Edward III murió también un año después y la corona recayó en la pequeña cabeza de Richard II, hijo de The Black Prince, de tan solo 10 años de edad. El joven Richard fue una marioneta en manos de las diferentes facciones de la familia real (especialmente de su tío John of Gaunt), y ello dio origen a una lucha dinástica entre las Casas de York y Lancaster conocida como "Guerra de las Rosas" que desangró a Inglaterra durante un siglo hasta la toma de poder de la dinastía Tudor en 1485, lo que fue aprovechado por sus tradicionales enemigos escoceses y franceses durante todo ese período.

Si "The Black Prince" no hubiese fallecido prematuramente, Inglaterra hubiera consolidado una dinastía firme en manos de un rey capaz, popular, gran guerrero y temido por sus enemigos, evitando el desgarro y empobrecimiento que se derivó de las luchas de poder entre los York y los Lancaster y muy probablemente las relaciones con sus vecinos franceses y escoceses también habrían sido muy diferentes con el que hubiera sido Edward IV luciendo la corona inglesa.

Quien quiera saber más sobre el papel de los arqueros ingleses en las batallas de la Guerra de los Cien Años, puede leer la serie de Bernard Cornwell "Arqueros del Rey", citada en mi blog de lectura. Otra novela interesante sobre la época es "El Rey de la Ciudad Púrpura" de Rebecca Gablé. También he citado en relación con la Guerra de las Rosas en otras ocasiones la obra de Sharon Kay Penman.

Sobre la Historia de Inglaterra, recomiendo la obra de Simon Schama "History of Britain", respecto de la que también existe una excepcional serie de la BBC que se puede conseguir en DVD y que es altamente recomendable. Para escribir este post también he consultado "The History of England" de Peter Ackroyd.



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